A modo de introducción

No siempre tuve la buena costumbre de disfrutar de la comida, cuando niña debían exigirme comer pues con un bocado bastaba para decir "estoy llena ya terminé" y dejar mi plato casi como me lo sirvieron, plato preparado por cierto con mucho esmero por mi madre, cocinera muy buena y dedicada, que a su vez heredó la buena sazón de su madre, yo solo  disfrutaba de ver la mesa del desayuno con panes rellenos con pejerreyes arrebozados, o escabeche de pescado, café caliente recién pasado solo para mi mamá y para nosotros avena o quinua con leche. Los almuerzos eran de igual forma suculentos,  sabrosos y fragantes, pero yo nada que ver,  no quería comer,  era una batalla el que coma, mis hermanos mayores se encargaban de ello,  aun así  supongo que quedaron en mi memoria los distintos sabores y la sazón heredada por la buena mesa, que mas tarde que temprano se hicieron presentes y empecé a cocinar a la edad madura;  puedo decir que no me arrepiento de haber evitado las dietas pues mi gusto por las comidas fue más fuerte que la vanidad de conservar una esbelta figura, así como también de haber descubierto ese gusto especial por el buen vino y tampoco me arrepiento de haberme dejado llevar por la maravillosa experiencia de haber encontrado un gran amor.